La noticia nos golpeó con fuerza inusitada esta tarde: ha desaparecido físicamente un Prometeo.
Hugo Rafael Chávez Frías, para algunos, un militar de carrera exaltado al más alto puesto público de Venezuela
a lo largo de muchos años, para la mayoría, un ser humano excepcional
que se entregó en cuerpo y alma a la más digna causa, falleció al abrigo
de su fe y el amor de sus pueblos venezolano, cubano, latinoamericano y
universal.
Tanto
es así que mientras se difunde la nefasta novedad ,a pesar de lo grave
que es, se nos rebela por dentro la sospecha de que a lo mejor nos están
jugando una broma de mal gusto. “Chávez no puede morir; no tiene ese
derecho”, se nos sale desde lo profundo del pecho.
En Baracoa
este servidor presenció el sufrimiento de mucha gente al enterarse:
rostros de sentida amargura y hasta lágrimas derramadas, en la voz el
tono respetuoso que reservamos para hablar de nuestros mayores. Es que
el Comandante Bolivariano se cuenta entre lo más querido para los
cubanos por su coraje y serenidad, su cultura y sencillez, su fuerza y
gentileza, en fin, por su amor a cuanto es noble y decente.
Así
permanecerá en virtud de esa huella que ha dejado en toda una época y
en quienes la vivimos. Porque Chávez, si bien se asomó a la eternidad
como campeón de los humildes al ofrendarles su existencia corpórea,
entra ahora de lleno en ella como un símbolo en toda ley, igual de
vigilante y ceñudo que Bolívar.
Solo que en estos tiempos, si en América hay mucho que hacer todavía, no fue poco lo hecho por Chávez. Sin duda alguna, vivirá.
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