Hace apenas unos días culminó en La Ciudad primada de Cuba, la última edición del Guayacán, un evento al que convoca cada año la Galería de Arte Eliseo Osorio Cordero del municipio de Baracoa. A propósito del tema, mi colega Ricardo Alexis López Castellanos reflexiona en el siguiente trabajo que te propongo a continuación.
El
desarrollo de la oncena edición del Concurso Nacional de Talla en
Madera Guayacán 2012 trasciende a dos días de concluido por constituirse
en un suceso artístico difícil de imaginar hace un mes.
Otra vez fue capital la voluntad del personal de la Galería de Arte Eliseo Osorio,
y en general del los organizadores del encuentro de talladores en
madera para mantener con decoro la realización de algo ya enraizado en
la vida cultural de este municipio.
Desde la propia concreción del Guayacán hay que agradecer la persistencia de Yoel Rey Barroso
como defensor de la convocatoria a participar en una reunión hoy más
para hermanar y dar categoría artística, que para realzar figuras por la
obtención de un premio en metálico.
Es
entendible que algunos creadores no hallen motivación en competir en un
concurso hasta hace tres años dotado de presupuesto para premiar a los
creadores de las mejores obras, pero es difícil entender esa resistencia
en los artistas locales, ajenos a los avatares de viajes de ida y
regreso, condiciones de hospedaje y demás cuestiones que afectan a los visitantes.
No
soy de los que piensa que el arista debe sentirse comprometido con
instituciones o personas para hacerse de una imagen social o conservar
la ya conquistada; a la par, creo que un artista distanciado de un
proyecto cultural comunitario promotor como ningún otro puede serlo del
talento de los escultores de Baracoa, es un creador poco identificado con la espiritualidad y la historia del lugar donde vive.
Dicho
de forma popular, sería como padecer que se tenga en casa del herrero
cuchillo de madera, o aceptar aquello de que no hay peor cuña que la del
mismo palo.
Si
el Guayacán no merece perder el prestigio ganado como encuentro de un
carácter nacional adquirido gracias al origen de los concursantes -en
vez del reconocimiento oficial de una categoría-, menos merece la
amenaza de desaparecer por la apatía de ciertos creadores de la tierra
donde crece como hecho artístico.
Es decir, si algún día faltaran invitados no deben faltar representantes baracoesos como los de la familia Matos, de Cabacú, o como Norbey Laffita, de La Playa,
quienes con sus piezas, resultados y presencia han contribuido a que la
talla en madera sea aquí una creación con nombres, influjo e
inspiración colectiva.
El
Guayacán está en la gente que lo espera cada año; en el taller de
creación al aire libre que invita a observar en el parque principal de
la Primera Villa de Cuba
el nacimiento de una escultura con apremio de tiempo; en el público que
acude a la galería de arte municipal para ver las piezas terminadas del
mencionado taller y las del concurso general y, lo más importante, en
el deseo de quienes lo han hecho suyo para velar por su permanencia.
Deseémosle
entonces larga vida y hagamos para que también esté como en el monte:
lo más seguro posible, libre del peligro de quienes piensan que las
cosas valen solo si tienen precio, y siempre a la vista. Así es
suficiente.
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