miércoles, 24 de julio de 2013

Donde se corta el aliento


Baracoa es la primera de las siete villas que fundaron los colonizadores españoles en Cuba y, de ellas, la única que mantiene su asentamiento original. Fue la primera capital de la Isla y, aunque la mayoría de sus edificios no son muy antiguos, sus calles y plazas mantienen el trazado que les dieron sus primeros pobladores.

En su iglesia se conserva el símbolo más antiguo del cristianismo en América, dejado por Cristóbal Colón en la zona en 1492, la llamada Cruz de la Parra. Es la primera cruz que clavó Colón en tierra al pisar el Nuevo Mundo y se ha convertido en uno de los objetos de culto más preciados.

No sólo es la historia, sin embargo, lo que lleva al visitante a esa ciudad situada a unos mil kilómetros al este de La Habana. Enclavada en medio de una región montañosa casi virgen, la ciudad está rodeada por incontables manantiales y saltos pintorescos, se purifica con las corrientes marinas de la Bahía de Miel y está custodiada por ríos, entre los que sobresale el río Toa, el más caudaloso de toda Cuba. No por gusto el vocablo aborigen que la bautiza significa "existencia de agua".

La ciudad y la región geográfica donde se ubica, Cuchillas del Toa, son Reserva Mundial de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad, y reportan el mayor endemismo de flora y fauna del archipiélago cubano y todo el Caribe insular. Por tanto, son sitios ideales para los amantes del turismo de naturaleza y el turismo científico. El Yunque, una montaña alta y cuadrada, domina el paisaje. Los ríos, caudalosos, pueden remontarse en cayuca y la vegetación es tan exuberante y lujuriosa que produce la sensación del paisaje intocado. Sus cuevas encierran pictografías y petroglifos fabulosos.

La ciudad de Baracoa se extiende al borde del mar y a lo largo de la costa discurre el Malecón, el tercero de la Isla por su extensión. Ideales para el alojamiento resultan los hoteles El Castillo, construcción militar de 1739; Porto Santo, a la vera de una playa íntima; y La Rusa, pequeña instalación, hoy muy exclusiva y confortable, edificada por una mujer de esa nacionalidad que salió de su país huyendo de la revolución para ser sorprendida por otra en su nuevo destino y que inspiró a Alejo Carpentier su novela La consagración de la primavera.

Merecen visitarse las fortalezas coloniales de La Punta, al oeste del malecón y Matachín, al este, sede del museo municipal, que guarda piezas arqueológicas de los tiempos precolombinos.

Para empaparse de la cordialidad de sus gentes hay que darse un paseo por las bulliciosas calles Maceo y José Martí, enmarcadas con bonitas casas coloniales, como la Casa del Cura. En ellas se concentra la mayor actividad comercial de la ciudad. En la Casa de la Trova se escucha el nengón y el kiribá, dos de las formas más antiguas del son tradicional cubano. Y los tejedores de fibras y los talladores de madera realzan con sus producciones, al igual que los pintores naif, el panorama del arte popular.

Playas apreciables se localizan hacia el oeste de la ciudad. Hacia el este impacta el Paso de los Alemanes, cueva formada por el desprendimiento de la piedra del que se aprovecha la carretera, y el poblado de Yumurí, aldea de pescadores con un entorno impresionante. Si se prosigue por ese camino, el viajero llegará a Maisí, el extremo más oriental de la Isla, donde se ve salir el sol cuarenta minutos antes que en La Habana.

Entre tantas atracciones también se encuentra el propio clima local. La cercanía al Paso de los Vientos, en el estrecho de Colón, convierte a Baracoa en un paso itinerante de nubes, sol y chubascos que se alternan sin orden ni constancia, por lo que salpicarse con el agua lluvia varias veces en un mismo día es típico.

La posición privilegiada de la ciudad es motivo de inspiración para aventuras de diversa índole. Desde cualquier rincón de sus calles se accede al mar. Por si fuera poco, las demás corrientes fluviales convierten a la villa en un crisol de tradiciones y costumbres locales donde se alternan ocio y rutina, como la pintoresca escena de las lavanderas en el río o las intrépidas peripecias de los cayuqueros que lo atraviesan a bordo de frágiles cayucas (embarcaciones de madera).

Una vida en calma, libre de situaciones estresantes y polución ambiental, con un ritmo diferente a la del resto del país, es la del baracoeso. La región vive, en lo esencial, de sus cosechas de coco y cacao y sus únicas dos industrias se derivan de dichos rubros.

Durante siglos conoció de un aislamiento casi completo pues no fue hasta 1965 cuando se construyó la carretera que la unió con el resto del país. Ese aislamiento condicionó un mestizaje singular. La presencia africana fue escasa en el territorio. El blanco se mezcló con aborígenes y sus descendientes o con otros blancos ya mestizados y la fuerte presencia francesa, tras el triunfo de la Revolución haitiana, puso una nota característica. 

En Baracoa y sus alrededores viven los únicos descendientes directos de los pobladores prehistóricos. De esa mezcla nace una cocina muy rica y, por supuesto, exclusiva, que merece conocerse.

Historia, ecología, playas de maravilla, bosques y montañas que cortan el aliento... Entre el genuino dulce de coco baracoense que se sirve envuelto en yagua de palmera, el bacán -plato típico a base de plátano-, y los espesos chocolates, una de las ciudades hispánicas más antiguas del hemisferio occidental espera en la región oriental de Cuba para compartir tradiciones y leyendas del nuevo y el viejo mundo. Hay razones de sobra para visitar la Ciudad Primada de Cuba.

Fuente: Revista Más Viajes

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