Baracoa es la primera de las siete villas que fundaron los
colonizadores españoles en Cuba
y, de ellas, la única que mantiene su asentamiento original. Fue la primera capital
de la Isla y, aunque la mayoría de sus edificios no son muy antiguos, sus
calles y plazas mantienen el trazado que les dieron sus primeros
pobladores.
En su iglesia se conserva el símbolo más antiguo del
cristianismo en América, dejado por Cristóbal
Colón en la zona en 1492, la llamada Cruz de la Parra. Es la primera cruz que clavó Colón en
tierra al pisar el Nuevo Mundo y se ha convertido en uno de los objetos de
culto más preciados.
No sólo es la historia, sin
embargo, lo que lleva al visitante a esa ciudad situada a unos mil kilómetros
al este de La
Habana. Enclavada en medio de una región montañosa casi virgen, la ciudad
está rodeada por incontables manantiales y saltos pintorescos, se purifica con
las corrientes marinas de la Bahía
de Miel y está custodiada por ríos, entre los que sobresale el río Toa, el más caudaloso de toda Cuba. No por gusto el
vocablo aborigen que la bautiza significa "existencia de agua".
La ciudad y la región
geográfica donde se ubica, Cuchillas del Toa, son Reserva
Mundial de la Biosfera y Patrimonio
de la Humanidad, y reportan el mayor endemismo de flora y fauna del archipiélago cubano y todo
el Caribe insular. Por tanto, son sitios ideales para los amantes del
turismo de naturaleza y el turismo científico. El Yunque, una montaña alta y cuadrada, domina el paisaje. Los ríos, caudalosos, pueden remontarse en cayuca y la
vegetación es tan exuberante y lujuriosa que produce la sensación del paisaje
intocado. Sus cuevas encierran pictografías y petroglifos fabulosos.
La ciudad de Baracoa se
extiende al borde del mar y a lo largo de la costa discurre el Malecón,
el tercero de la Isla por su extensión. Ideales para el alojamiento resultan
los hoteles El Castillo, construcción militar de 1739; Porto Santo, a la vera de una playa íntima; y La Rusa, pequeña instalación, hoy muy exclusiva y
confortable, edificada por una mujer de esa nacionalidad que salió de su país
huyendo de la revolución para ser sorprendida por otra en su nuevo destino y
que inspiró a Alejo Carpentier su novela La consagración de la primavera.
Merecen visitarse las fortalezas
coloniales de La Punta, al oeste del malecón y Matachín, al este, sede del museo municipal, que guarda
piezas arqueológicas de los tiempos precolombinos.
Para empaparse de la
cordialidad de sus gentes hay que darse un paseo por las bulliciosas calles
Maceo y José Martí, enmarcadas con bonitas casas coloniales, como la Casa del
Cura. En ellas se concentra la mayor actividad comercial de la ciudad. En la Casa de la Trova se escucha el nengón y el kiribá, dos de las formas más antiguas del son tradicional
cubano. Y los tejedores de fibras y los talladores de madera realzan con sus
producciones, al igual que los pintores naif, el panorama del arte popular.
Playas apreciables se
localizan hacia el oeste de la ciudad. Hacia el este impacta el Paso
de los Alemanes, cueva formada por el desprendimiento de la piedra del que
se aprovecha la carretera, y el poblado de Yumurí, aldea de pescadores con un entorno impresionante.
Si se prosigue por ese camino, el viajero llegará a Maisí, el
extremo más oriental de la Isla, donde se ve salir el sol cuarenta minutos
antes que en La Habana.
Entre tantas atracciones
también se encuentra el propio clima local. La cercanía al Paso de
los Vientos, en el estrecho de Colón, convierte a Baracoa en un paso
itinerante de nubes, sol y chubascos que se alternan sin orden ni constancia,
por lo que salpicarse con el agua lluvia varias veces en un mismo día es
típico.
La posición privilegiada de
la ciudad es motivo de inspiración para aventuras de diversa índole. Desde
cualquier rincón de sus calles se accede al mar. Por si fuera poco, las demás
corrientes fluviales convierten a la villa en un crisol de tradiciones y
costumbres locales donde se alternan ocio y rutina, como la pintoresca escena
de las lavanderas en el río o las intrépidas peripecias de los cayuqueros que lo atraviesan a bordo de
frágiles cayucas (embarcaciones de madera).
Una vida en calma, libre de
situaciones estresantes y polución ambiental, con un ritmo diferente a la del
resto del país, es la del baracoeso. La región vive, en lo esencial, de sus
cosechas de coco
y cacao y
sus únicas dos industrias se derivan de dichos rubros.
Durante siglos conoció de
un aislamiento casi completo pues no fue hasta 1965 cuando se construyó la
carretera que la unió con el resto del país. Ese aislamiento condicionó un
mestizaje singular. La presencia africana fue escasa en el territorio. El
blanco se mezcló con aborígenes y sus descendientes o con otros blancos ya
mestizados y la fuerte presencia francesa, tras el triunfo de la Revolución
haitiana, puso una nota característica.
En Baracoa y sus alrededores viven
los únicos descendientes directos de los pobladores prehistóricos. De esa
mezcla nace una cocina muy rica y, por supuesto, exclusiva, que merece
conocerse.
Historia, ecología, playas de
maravilla, bosques y montañas que cortan el aliento... Entre el genuino dulce de coco baracoense que se sirve envuelto en
yagua de palmera, el bacán -plato típico a base de plátano-, y los espesos chocolates, una de las ciudades hispánicas más
antiguas del hemisferio occidental espera en la región
oriental de Cuba para compartir tradiciones y leyendas del nuevo y el viejo
mundo. Hay razones de sobra para visitar la Ciudad Primada de Cuba.
Título original: Baracoa, primera en el tiempo
Fuente:
Revista Más Viajes
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