
Pronto el Museo Fuerte Matachín se convirtió en referencia de centro laboral fuera de sus salas, con un colectivo liderado por el licenciado Alejandro Hartmann Matos, que como gestor del llamado museo móvil exhibió hasta en la montaña vitrinas con varias piezas, entabló diálogos y se vislumbró como un emprendedor cuyo espíritu habría que seguir.
Desde esos años hasta hoy la otrora fortaleza militar se conoció además en el archipiélago cubano y fuera de sus límites por el vínculo con la comunidad, la recepción de la mayoría de sus piezas gracias a la donación popular, el círculo de interés de investigación pioneril y las visitas constantes de nacionales y extranjeros.
Con esos matices el museo ubicado en la Punta de San Esteban alcanzó la categoría de Vanguardia Nacional, se ganó el respeto de personalidades de cualquier perfil ocupacional y fue escenario de incontables acciones sociales y políticas.
Hace mucho constituido en institución de avanzada entre las de su tipo, hoy es de obligada mención cuando se refieren lugares donde la defensa de la identidad baracoesa supera la rutina diaria para proyectarse hacia la confiabilidad.
Si casi al concluir el 2012 el primer museo de la Ciudad Primada fue declarado como la mejor institución cultural de Guantánamo fue a causa de la renovación sucesiva del sentido de pertenencia de sus trabajadores, a tono con cambios necesarios.
Quienes allí laboran lo hacen en un sitio que transformó a favor su imagen física en fecha reciente y a la vez muy lejana de cuando se le llamó El Castillo Maldito por realidades desterradas no de la memoria, aunque sí de la vigente historia local.
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